He
de admitir que los cuatro candidatos que se postularon me convencieron o me sentí
representado. Sus posturas ante temas de gran relevancia me parecieron pobres,
inciertas, ambiguas, débiles. Discursos repetitivos, automáticos, demagogia, sonrisas
falsas; en fin, la instrumentalización clásica de cualquier político en
contienda. Mercadotecnia de la venta de un producto de baja calidad a un alto
precio por falta de otras opciones. A mi parecer a nadie le llega a la silla
presidencial, a todos les queda muy grande el saco o la banda por igual. Pero
ni modo, eso es lo que teníamos, eso es lo que ofrecieron los partidos y
nuestras instituciones como vía de representación en esta democracia. Estoy de
acuerdo en que las exigencias que tengo y considero de la mayoría de los mexicanos
no son imposibles pero al menos son difíciles de complacer y por un largo
periodo difícilmente cambiará. Un candidato a la altura de mis ideales y exigencias
está más cerca de lo divino que de lo mortal.
Aclaro
que nunca he sido un ciudadano afiliado o con preferencia definida por un
partido político. He buscado en la medida de lo posible ser lo más objetivo
posible aunque no dudo que me he equivocado, y pueda seguir haciéndolo, al
final de cuentas no hay otro modo de aprender. Y bajo esta premisa he buscado
ejercer mi derecho al voto en preferencia por quien considere el mejor
proyecto, la opción más viable o competente para las demandas sociales que
percibo.
He
estado rodeado de distintos personajes en mi vida que me han tratado de
influir. Pasando por unos padres conservadores y panistas, amigos abiertamente
comunistas, profesores de izquierda, sindicalizados priistas, conocidos de
derecha e incluso quienes son ajenos a todo este teatro y lo definen con sobra
de evidencia como asqueroso. Estoy agradecido de haber aprendido de todos ellos
pues he podido sintetizar algo significativo: nadie tiene la verdad. Todo es
muy subjetivo, es muy fácil llevarse por la postura que tenemos y percibir la
realidad acorde a lo que uno cree, aferrarse a sus ideales y rechazar de
entrada el juicio o la opinión de los demás. Y ante la falta de objetividad
aparente solo queda valerme de mi propia subjetividad, lo que yo creo y defino
como propio. He buscado tomar en cuenta los errores de los demás para no caer
en ellos y las ideas que he considerado verdaderas sin mayor margen de validez
que mi propia percepción y las evidencias que me arroje mi realidad. Pero con
la esperanza de no cegarme ante mi propia subjetividad y estar abierto a las
posibilidades, a ese espectro en el que como humano que soy puedo caer en el
error.
Nunca
mostré mi agrado o complacencia por el candidato Andrés Manuel López Obrador. Él
nunca me pareció un candidato ejemplar. No voté por él en 2006 y si voté por él
en 2012 fue por lo que su proyecto representa, o al menos a medias, y no porque
él me convenciera del todo. La verdad hubiera estado mejor representado a mi
parecer con un candidato como Marcelo Ebrard. Los actos del 2006 lo dejaron muy
mal parado al inicio de las elecciones pero se logró recuperar y con grandes
expectativas de triunfo hacia la cuesta final de las elecciones. El problema es
que cayó en la trampa del PRI quien revivió el fantasma del fraude y él lo
aceptó pasando de un discurso amoroso y conciliador a uno paranoico y de
complot. Otro error fue en el segundo debate programado por el IFE donde tuvo
una oportunidad enorme de brillar por encima de Peña y la desperdició. Tuvo oportunidad
de formar acuerdos con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad de
Javier Sicilia y se mostró caprichoso, resentido con la crítica que le hacían.
AMLO tuvo oportunidades de ganar más adeptos a su causa, de ganar votos, de
superarse, pero no lo hizo. Se notó terco, sin capacidad de autocrítica o de
aceptar opiniones diferentes a las de él. También su imagen física no denotaba
la misma chispa, la misma fuerza que en el 2006, se veía cansado, apagado. Y
ante dos candidatos con altas cantidades de maquillaje, gel para el pelo y
photoshop no digo que había que usar las mismas artimañas pero una manita de
gato hubiera ayudado, él se descuido. El PRI hizo de las suyas pero AMLO
también tuvo la culpa.
El PRD,
el partido independientemente de AMLO, ha logrado consolidarse como una fuerza
y con unos ideales que me parecen van mas acordes a mi manera de pensar y de
sentir. Aún hay desconfianza de mi parte pues sus orígenes residen en el PRI y aún
tiene en el asilo algunos de sus dinosaurios. El PRD nunca ha sido monedita de
oro, tiene prácticas corruptas y autoritarias como todos los partidos. El PRD
nunca ha sido de izquierda, o al menos no una izquierda completa como muchos me
lo han querido hacer ver. Así como el PAN
no es un partido de derecha y tampoco el PRI un partido de centro.
Etiquetar a las principales fuerzas políticas es forzado e inadecuado. Las
identidades de los partidos difícilmente coinciden con la percepción que se
tienen de ellos. El problema radica en la ideología predominante más que en su
verdadera esencia o constitución. El PAN por ejemplo por sus orígenes es un
partido de índole liberal aunque se maneje bajo principios conservadores y
afines al Yunque como el hecho de estar en contra del aborto y matrimonios
homosexuales. Lo que quiero decir es que los partidos como sus candidatos son
contradictorios. Tienen muchos contrastes y es fácil ver los claroscuros que
uno quiere o que le conviene. Y tanto como izquierda como derecha arrastran los
fantasmas de sus pasados respectivos.
De
Josefina Vázquez Mota siempre me cuestioné lo “diferente” que es. Desde un
principio de su campaña tomó a simpatizantes calderonistas en su bastión. Siempre
que le preguntaron si era diferente subrayaba hasta el hartazgo el contraste de
su partido con el PRI o PRD. Jamás a mi parecer pudo definir en que era diferente
de Calderón. Sus propuestas quedaron empañadas por sus ataques a otros partidos
y a Elba Esther. No es posible que Peña hubiera hecho mejor promoción del
programa Oportunidades que ella. Si hubiera podido definir que la haría “diferente”
al gobierno actual posiblemente hubiera tenido mayor trascendencia. Ante un
pueblo lastimado por tanta violencia e inseguridad nunca se molestó siquiera en
tomar esto como el punto principal de lo que le demandaba la sociedad. Pensar
que una mayoría mexicana estaba de acuerdo en seguir las mismas políticas que
habían dejado al país en las condiciones actuales no solo era insensato sino
estúpido si quería en verdad ganar estas elecciones. Lamentablemente Josefina
por muy mujer que es, nunca pudo desprenderse de las faldas de Calderón. Si a
eso le sumamos que su partido ya estaba fracturado, débil y el apoyo que tenía
por sus diligentes era escaso o no se veía el compromiso o incluso apoyando al
candidato de la oposición. Todo era una crónica anunciada de su derrota.
De
Peña Nieto sobra decir cualquier cosa. No se habló de nadie más en seis años y
en los que vienen que de cualquier otro personaje a mi parecer. De su partido
puedo decir que si bien es cierto que sus dinosaurios no se han extinguido, si
se han refugiado muy bien. Acepto mi profundo rechazo hacia lo que el PRI y
Peña representan pero no se puede negar que el PRI ha diferencia de otros
partidos sabe hacer política.
¿Y
qué es hacer política? Hablamos de jugar sucio, jugar rudo. Eso es política. La
política buena, pura de nobles intenciones es absolutamente utópica. La buena
política como el buen sexo sino es sucio no es bueno. El PRI tomó las
debilidades del sistema democrático actual y las aprovechó. Supo jugar bien sus
cartas.
El
complot con los medios de comunicación es cierto. El proselitismo político a
favor de Peña Nieto por las encuestas es cierto. El sesgo informativo es
cierto. La compra de votos es cierta. El robo de urnas es cierto. El derroche
millonario es cierto. Los sindicalizados o que buscan planta sometidos a los
intereses de sus dirigentes, es cierto. El mapachismo es cierto. La corrupción
del PRI, de sus lideres, de su manipulación, de su cochinero con Gordillo, todo
es cierto. ¿Qué no es cierto? Que Peña Nieto se haya impuesto solo por venderse
bien en televisión. Él es la imagen y está encerrado en una burbuja. No se
ensució las manos en el proceso electoral ni lo haría, el trabajo sucio lo
hacen otros. Y al final de cuentas independientemente de eso, el que lo eligió fue
el ciudadano. Por mas sesgo informativo y por más bueno y guapo que lo
vendieron en los medios, el ciudadano votó por el. La culpa es del mexicano, de
nadie más que de su propia ignorancia o cinismo. Las televisoras lo querían
imponer pero el lápiz lo tenía en su poder el ciudadano. Pensar que solo es
culpa de Televisa el tener un presidente iletrado es subestimar a nuestro país.
Hay que admitir que los otros partidos, los otros candidatos no llenaron
expectativas, no levantaron suficiente. Les faltó. Fue una suma de factores: un
IFE débil o complaciente ante los partidos, un complot entre medios y el PRI
desde hace seis años, encuestas con favoritismos, un pacto de Calderón y el
PRI, un PAN fragmentado, débil, corrompido y desgastado; un AMLO cansado sin la
misma chispa del 2006 y arrastrando resentimientos.
No niego
que hubo fraude, lo hubo, lo hay y lo seguirá habiendo. Es parte de la
política. Pensar en un país sin corrupción, sin fraudes, es pensar en un país
perfecto que no existe ni existirá. El juego sucio del PRI subraya las
debilidades de nuestra democracia joven y las áreas de oportunidad en donde las
reformas políticas, electorales y democráticas toman un papel significativo para
que pueda seguir avanzando y construyéndose en una democracia más fuerte. Lo
perfecto no existe al igual que las elecciones limpias, puras y transparentes
como el agua. Pero lo que si existe es lo perfectible y nuestra democracia lo
es, tenemos muchas áreas que pulir. Y nuestro papel como ciudadanos es exigir a
nuestros servidores públicos que esas áreas de oportunidad sean analizadas y
superadas para en un futuro evitar, o al menos en menor grado, pensar en la
posibilidad de un fraude. Blindar el poder ciudadano hacia una mejor
democracia. Seguirán apareciendo huecos o fallas y estás a su vez se deberán
seguir corrigiendo. Así se construye un país. No podemos más que tomar a los
que se aprovechan de los huecos que existen para mejorar nuestras leyes. Y a
los que las rompen hacer que cumplan con las sanciones correspondientes. Eso es
lo justo. Desacreditar una ley por imperfecta es inapropiado.
No
es el fin del mundo señores aunque sea el 2012. México no se acaba porque
llegue el PRI a la presidencia. Las instituciones aunque deficientes están
mejor paradas para defender un sistema democrático y evitar el regreso a un gobierno
autoritario. El PRD y la izquierda están muy bien posicionadas y jugarán un
papel importante en esta legislación. AMLO está en derecho, y obligación, de
impugnar hasta que se resuelvan todas las anomalías que hay. Pero de no obtener
el puntaje necesario para revertir la virtual victoria de Peña Nieto deberá
aceptar la derrota con dignidad. Desconocer las elecciones e instituciones así
como tomar las mismas acciones que AMLO hizo en el 2006 sería un costo muy
grave no solo para él sino para su partido. Aceptar un derrota digna ante una
victoria sucia no es debilidad, injusticia o conformismo es inteligencia y
estrategia. Esto es política. Se pierde una batalla no la guerra. Hay que
pensar en el futuro. El 2018 ya empezó desde hoy.
Alex García
@al_xpreso